Las casas nos hablan.
Son una prolongación de nosotros mismos.
Las paredes encierran vibraciones, guardan historias… historias que quedan en el ambiente, difíciles de borrar.
Se siente.
Se nota.
A veces, al entrar en un hogar, percibes energías densas; otras veces, sientes ligereza, bienestar, felicidad.
Y no siempre tiene que ver con que esté más limpio o no: una casa desordenada puede oler a galletas recién horneadas, con un perro amoroso que viene a saludarte, o un niño con cara de ángel jugando en el suelo.
El amor también se guarda entre cuatro paredes.
El amor también se queda anclado en los hogares.
Y de ahí nace tu templo.
Cuando por fin lo entendí, hice cambios en mi vida.
Cuidé mis espacios e intenté que las discusiones fueran breves, nulas… o que no existieran.
No siempre somos conscientes de lo importante que es sembrar en nuestros hogares comportamientos sanos, amor y buenos sentimientos.
Se nota. Se siente.
En cada rincón, en cada estancia, en cada cuadro, en las mascotas que viven ahí y se acomodan tranquilas. Ellos lo absorben todo.
Me costó tiempo comprenderlo: cuidar nuestros espacios es cuidar de nosotros mismos.
Porque las paredes hablan… y pueden atraparte o liberarte.
Y tú, ¿qué sientes cuando entras a tu casa?
¿Puedes percibir qué vibración esconden tus espacios?
¿Acumulas objetos innecesarios que te drenan y dificultan que tu energía fluya?
¿Cuál es el sentimiento que predomina cuando estás en tu hogar?
Quizá por eso nunca me gustó llevarme trabajo a casa, como muchas personas hacen.
Para mí, mi casa es mi templo, y debo cuidar bajo qué emociones estoy y a quién le doy permiso para entrar, aunque sea mental o emocionalmente.
Me costó entenderlo, fue un camino largo… pero ahora lo tengo claro: lo sagrado de tu hogar está en cuidar lo que entra.
Emociones. Sentimientos. Conversaciones. Disputas.
Por eso, cada noche, antes de dormir, la miro a ella:
Xana, diosa del amor.
Le doy las gracias, porque ha sabido cuidar aquello que más quiero. La siento.
Y la persona que me la regaló lo hizo desde el amor más profundo.
Esas son las fuerzas invisibles que tejen nuestro mundo, nuestro “texemullo”.
Por fin lo comprendí.
Y lo más importante… lo sentí.